Han pasado por la cima de este puerto hace tan solo un momento. Él iba en cabeza, como de costumbre. Y eso pese a su poca ortodoxa vestimenta ciclista, sus velludas piernas, su bici desfasada con cableado exterior y rastrales. En fin, cómo decirlo de otro modo: con unas pintas de globero que propician el comentario y la sonrisa resabiada de todos los que le ven por primera vez. Pero…ahí está, coronando en cabeza todos los puertos de las excursiones de los domingos de su nuevo club.
La primera vez que salió con ellos su aspecto era aún más lamentable: calcetines negros hasta la pantorrilla; cubiertas escandalósamente desgastadas; los tirantes del culote por encima de una camiseta blanca de algodón…Fue la comidilla del pelotón en los primeros instantes.
- ¿Has visto al nuevo?- Preguntaba uno
- Si - decía otro – Vaya pintas. Seguro que hay que ir esperándole todo el día.
- Además hoy, que subimos lo que subimos – remachaba un tercero.
Y todos le miraban con condescendencia y con lástima, con la convicción de quien se sabe superior, por
lo menos sobre la bici.
Los veteranos comenzaron a pedalear, en cabeza, cuidando ese día el estilo con especial mimo. Había que enseñar al nuevo cómo se monta en bicicleta. Y pasaban los kilómetros mientras alguno hablaba un poco con él., para enterarse de que, ¡algo obvio!, era el primer día que salía en una bici de carretera.
Llegó el primer puerto y los machacas del club marcaron el ritmo. Para empezar una marcheta llevadera, aunque algo acelerada. Ahí quedaron descolgados los de siempre. Pero el nuevo se mantenía a rueda. ¡Hum! Bueno, era normal, es muy joven. Aceleraron un poco más ya de cara a coronar, y el nuevo les esprintó.
¡Coño!, pensó más de uno. “Bueno, nos ha pillado despistados”, se justificaron todos.
Así pasaron los tres primeros puertitos del recorrido, y llegó el duro, el que todos temían, el de primera. Para entonces sólo los tres gallos del club estaban en condiciones de apretar al máximo para dejar de una vez por todas las cosas en su sitio, no esperaron ni a coger ritmo. Nada más comenzar la subida apretaron a muerte. Uno tras otro se sucedían los ataques, a cada cual más fuerte. Pero el nuevo aguantaba todos y no parecía desfallecer. Y cuando llegaron al cartel de la cima, el nuevo esprintó una última vez y les venció a todos. Se paró, esperó a que los demás recuperaran el resuello y finalmente dijo tímidamente: “Muchas gracias por esperarme. Si llegáis a ir rápido me hubiera quedado tirado, como soy nuevo”.
Javier Sánchez-Beaskoetxea
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